Aunque era especialista en hacer bromas crueles o comentarios mordaces a manera de chiste, casi sentí pena cuando Renato le dijo “ es posible que esas botas te sobrevivan ”. Sin embargo, levantó su pie derecho con un gesto despectivo y entre dientes soltó su frase favorita: “ todavía me quedan balas ”. Y es que conversar con él era reencontrarse con uno de esos personajes sin nombre de los spaghetti western: Cada palabra musicalmente ubicada en contexto, la postura exagerada en ademanes teatrales sin llegar a lo grotesco, un cigarrillo a medio labio que parecía nunca agotarse y la mirada cetrina, esperando siempre la respuesta a sus sarcasmos. Era nuestro profesor, y también nuestro amigo. Era el poeta ilustre, pero también un atorrante insufrible. Un domingo llegó tarde al acostumbrado conciliábulo de la esquina. Venía con su nieto y para sorpresa de todos, no traía cigarrillos, ni pidió una cerveza al portugués. - Es que tengo que volver al tratamiento, dijo susurrante, c